miércoles, 12 de noviembre de 2008

El Semáforo da para mucho

Esperando la luz verde frente a un parque, observé un entrenador de fútbol, con una barriga descomunal apenas cubierta por una camiseta. Se encontraba al frente de una fila de 15 púberes rondando entre los seis y los ocho años de edad, todos parecidos, no entre sí, sino a su entrenador, rechonchitos, regordetes, mofletudos, barrigones o como diríamos aquí "hermosos" (pronunciando la h como g). El entrenador silbaba y gritaba al pobre y único escuálido niño que fungía como portero: "pero muévete Roberto", "agarra la bola". Comencé a sentir angustia por el niño pero emperoró a la orden del entrenador que decía: "síganlo, engáñenlo, metan el gooool".
Me preocupé, por el semáforo que no cambiaba por mi tiempo y por el pobre del escuálido portero. Cambió el semáforo y continué mi camino, pero seguía con la imágen del Roberto el portero y entonces recordé las veces que tuve que "hacerla de portera", porque a los amigos de mi hermano les era más interesante meter el gol que estar de portero y como Roberto me sentí engañada, seguro a Roberto le habían dicho como a mí que yo paraba mejor los goles que todos ellos, yo les creí, pero verdaderamente era sumamente aburrido. Ellos corrían se gritaban por sus nombres se cuidaban las espaldas y si de casualidad llegaba cerca del gol, nunca se percataban de mi presencia, si metían el gol ellos eran muy buenos y si yo lograba pararla los otros eran muy buenos.
No se pueden parar todos los goles en la vida.
Un semáforo da para mucho...