domingo, 6 de julio de 2008

Volver a los pasos andados

Debí de haberle hecho caso a mi intuición, pero mi inseguridad me gana siempre, así que recorrí 23 kilómetros de más. Llevaba prisa y un completo vacío en el estómago, me mataba la ansiedad, tenía el terrible presentimiento que estábamos siendo engañados. El evento comenzaba a las cinco y ya pasaban de las cinco. Dimos dinero para ese evento y por alguna extraña razón podía asegurar que no se había hecho nada, por eso aunque no pensaba ir, salí apresurada a cerciorarme y claro erré el camino.

Di vuelta después de preguntar y mi mente comenzó a soltarse en el camino, ¿porqué tenía que ir yo? Nada más alejado de mis intereses en ese momento. Pensé en el personaje al que hacíamos la recepción, me imaginé heroína al encontrarlo muerto a media carretera, sería más útil, tendríamos un mártir y probablemente recuperaría dignidad ante mis ojos. Recordaba otros tiempos en que hice mil circos para hacer yo misma la recepción y que todo estuviera bajo control. Hoy no era el control lo que me llevaba, era la idea de ser engañada y peor aún el sentirme obligada a responder por ello, parecía manda o peor aún una tarea escolar en escuela de monjas.

Comenzó a llover a mares, el cielo parecía una sola masa negruzca sobre mi cabeza y encima del carro. Vaya día, todo se ponía en contra, parecía que algo me alejaba de Sotuta. El camino no era nada seguro y además todo era tan lejos. Recordé las miles de veces que fui en otros tiempos a Sotuta, pueblo con fama de bravos en donde se desencadenó la última rebelión indígena de Nachi Cocom. Recorría yo esos caminos una vez por semana y junto con las mujeres hacíamos reuniones en los bajos de la presidencia o de la casa ejidal. Ahora comprendo a quienes decían admirar mi valor y coraje al ir sola.

Recordé que lo hacía con verdadera alegría y tal vez por eso no sentía la lejanía. La lluvia amainó y cuando comenzó a clarear reconocí los paisajes. La carretera tan estrecha y llena de lomas. Recordé a las miles de mariposas amarillas y las tarántulas cruzando por el pavimento gris. ¡Cuánta historia ahí! y yo de regreso.

Cuando llegué ya no había nada, pregunté y me dijeron que se acababan de ir hacía media hora y de nuevo enfilé hacia la carretera a seguirlos y buscar respuestas. Pasé por Tabi, casi sin reconocerlo, el pueblo había crecido, habían puesto una nueva carretera que les daba salida a Yaxcabá. Tenía ganas de bajar y llorar y gritar. Cuando por primera vez llegué a Tabi, era un pueblo olvidado y muy pobre que lo único que tenía eran necesidades. Ahí se juntaban cerca de 100 mujeres con la esperanza de una ayuda y siempre era poca y me dolían. No me dolía tanto su pobreza externa, sino la pobreza de recursos que tenían para solucionar hasta el más pequeño detalle. Era como si el mundo, desde muy chicas las hubiera atropellado y las mantuviera como muertas en vida. Sin embargo, los momentos en que estábamos juntas reíamos y dibujábamos el porvenir. No era mucho, pero a mí me bastaba. Pasé sin detenerme.

Llegué a Yaxcabá y ahí encontré al "invitado de honor", justo en el momento en que se iban, alcancé a saludar a la comitiva. De camino al carro me topé de frente a él. Comprendí entonces porqué era "EL INVITADO", lo saludé y emprendí mi regreso agradecida de haber vuelto a recorrer los caminos tantas veces andados y encontrar la razón de hacerlo.