jueves, 31 de julio de 2008

El Entorno

Chiapas me entró por los sentidos. Los olores se mezclaban frente a coloridos escenarios de mercados abarrotados de especies vegetales, algunas que ni siquiera conocía, como el huach o huachin, una vaina que cubría pepitas de color verde con intenso sabor. La burda tela tejida de los chamulas de ruda textura, se podía tolerar debido al frío del viento de la montaña. La dulzura de la dicción tzotzil, hacía parecerse a un canto más que al habla cotidiana. El trabajo me permitió conocer la mayoría de los pueblos de los Altos de Chiapas, zoques, lacandones, tzotziles, tzeltales, choles y tojolabales. Llegar a los municipios y parajes en época de lluvia era casi imposible y generalmente iba sola por caminos lodosos y eso me permitía apreciar la naturaleza y convivir con los pueblos. Para mí la pobreza no era la marca de sus vidas, sino la impotencia de verse relegados a las tierras más difíciles de cultivar. Los ranchos de los "caxlanes" (nombre que los indígenas dan a los mestizos y blancos) ocupaban las tierras más bastas en las llanuras mientras que ellos se mantenían en las laderas de las montañas, cuando no en el pequeño espacio del pico de los cerros.

Su forma de vida fue allanada y proscritas sus costumbres y su organización social y sin embargo la resistencia al cambio, después de siglos se mantenía vigente. No quedaba de otra o eras paria en una sociedad que discriminaba al indígena o te mantenías en tu núcleo intentando sobrevivir en los pocos espacios que te dejaban. Ahí entendí lo que muchas veces decía mi abuela cuando campeaba en alguien el cinismo, "es un indio ladino", decía. Ladino es aquel que ha tomado de los caxlanes lo peor y lo ha puesto en su parte más negra india. Un ser así campeaba en con ínfulas de poder, frente a las frágiles creencias de la mayoría del poblado. Así nació la terrible matanza en el paraje de Tzacucum en el municipio de Chalchihuitán.

Abril, 1983. Pobladores del paraje de Tzacucum llegan a las autoridades de Asuntos Indígenas en Chiapas a denunciar la quema del poblado por las autoridades municipales de Chalchihuitán. No se puede llegar por carretera y deciden acceder por helicóptero para corroborar el más triste episodio. Cadáveres calcinados de mujeres, niños y ancianos enmedio de un desolado poblado entre cenizas. Al preguntar a las autoridades municipales respondieron -"fueron los grupos de comunistas que trabajan por la zona". Frase pactada por el cacique quien manejaba al presidente municipal. Cada domingo hacía bajar de sus parajes a los pobladores para pedirles dinero para realizar asuntos pendientes en la capital del estado. Reuniones interminables en donde no comían, ni bebían ni tenían permiso de retirarse del lugar. En Tzacucum decidieron un infeliz domingo no asistir a la reunión y en respuesta las autoridades municipales por la noche e inadvertidos para la población decidieron prender fuego a las viviendas. Nunca les vi derramar una lágrima, nunca escuché una queja. El cuerpo erguido, la cabeza altiva y un cúmulo de orgullo y de rabia en el corazón.

Chiapas en mi memoria

Chiapas en mi memoria me llena de indignación. La belleza del paisaje contrastaba con la miseria de los indígenas y la soberbia de los "coletos" (gentilicio de los no indígenas nacidos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas)
Encontré trabajo en la Subsecretaría de Asuntos Indígenas y comencé a participar en una organización política con tendencia maoísta, que en palabras sencillas y llanas era simplemente analizar las condiciones de vida de los habitantes marginados por la pobreza a través de la participación activa de todos sus integrantes, nuestra labor era ayudar a organizar la información y exponer alternativas junto con ellos para crear posibilidades de cambio. Mi trabajo y la participación política eran complementarias.
Al llegar vivimos con una familia que nos rentó un cuarto. La casa solo tenía una sola toma de agua, de donde tenía que sacar agua para lavar pañales, bañarme, llevar una cubeta al escusado, lavar las cacerolas, etc. Solo había llevado nuestras ropas y una cunita plegable, compramos un colchón que pusimos en el suelo e intenté acomodarme a mi nueva situación. El padre de mi hija trabajaba todo el día y tres noches a la semana, diría yo que lo conocía poco, casi no estaba y verdaderamente no se si era una bendición o realmente una carencia. Sin embargo, frente al panorma de miseria, mis propias carencias eran insignificantes. Supongo que el dolor de la adaptación lo apagué con coraje por cambiar las cosas y no precisamente las mías, que estaban lejos de acercarse minimamente a lo que esperaba. El entorno me envolvió.