miércoles, 8 de julio de 2009

Solo los martes.

Recuerdo el día en que anuncié mi divorcio a mi madre. Estábamos en su cuarto, yo sentada en la cama, ella en el banco redondo frente al enorme espejo del tocador. Frente a ese mismo espejo, muchas veces de soltera, solía verme para dar los últimos toques a mi arreglo.

Ese día, mi madre daba los últimos toques a su peinado. Era martes y como todos los martes desde que tenía memoria, ella se preparaba para ir a jugar bridge con sus amigas.

Sin darme tiempo de decir nada ella se volteó y dijo: -¿Te conté que Rosa llevó a su vecina la semana pasada a nuestra reunión? No sé como se le ocurrió, la pobre mujer se la pasó glosando sus penas y acumulando quejas de su marido y acusando a sus hijos. Nunca en todos los años que nos venimos reuniendo a alguna de nosotras se nos escaparon tales confesiones.

-¿Porqué teníamos que hablar de que Rosa se volvía loca con cada embarazo y que los hijos le estaban costando la vida y ya va por el noveno. Que Marina se consumía en sueños de grandeza y que en realidad nunca supo qué era el amor. Que Laura pasaba sus noches en vela consumiéndose de celos porque el marido le ponía los cuernos con la primera que pasaba o que yo temblaba cada fin de quincena pensando que no alcanzaríamos a cubrir las deudas?
Cada martes, alguna de nosotras preparaba bocadillos y despachaba hijos y marido y se esmeraba en arreglar la sala para recibir a todas y olvidarnos de lo cotidiano.

La miré solo un instante para decirle con amargura, por supuesto, hubieran hecho cualquier cosa por huir de sus realidades.

- No digas eso, no huíamos de la realidad, la vivíamos, solo los martes la adornábamos un poco.

- Mamá, deja de fantasear con los martes, te acabo de decir que me quiero divorciar y a ti solo se te ocurre hablarme de los martes y de tus amigas.

Mi madre se volteó al espejo y con verdadera calma comenzó a pintarse los labios.
- No hija lo que intento decirte es que para tejer ilusiones y adornar nuestras vidas, los martes fueron insuficientes.




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