domingo, 7 de junio de 2009

Ambientes Contaminados

Hoy asistí a una fiesta sorpresa y la sorprendida fui yo cuando al llegar a la casa en donde nos citaron nos pidieron que nos quitaramos los zapatos para entrar. No, no era un santuario y tampoco había una mullida alfombra blanca que se puediera manchar, simplemente piedra con mosaico rojo, que se veía tan igual de empolvado que la propia entrada en donde dejamos nuestros zapatos.

Siguiendo la norma de que "al pueblo que fueres haz lo que vieres", abandoné mis sandalias a la entrada para sentir el frío suelo, que por otro lado no estaba nada mal, cuando estábamos a 40 grados a la sombra, sin embargo la curiosidad se hizo presente y diría yo, para mi desgracia, porque en cuanto pregunté al dueño de la casa a qué se debía la norma de dejar los zapatos a la entrada, comenzó a darme unas explicaciones bizarras sobre la contaminación del medio ambiente y de todas las posibles bacterias que metemos en el piso de la casa con los zapatos. Y ¿las que trae el viento? y ¿las que llevamos con las manos? Mi "bacteriana y virulenta" mente comenzó a expandirse y a asustarse, desde luego. Después de quitarnos los zapatos ¿pasaríamos a una sala de desinfección? ¿sería ese el primo hermano perdido de Howard Hughes?

Lo peor del caso es que yo le escuchaba con tanto asombro que pensó que era de mi particular interés y siguió en sus disertaciones hasta que, afortunadamente tocaron la puerta y justo se presentó otro varón entre la decena de mujeres en la casa. Eso me permitió tomar un respiro y pensar si salir huyendo o esperar a que la del cumpleaños apareciera. Ya que se aquietó mi mente y sintiéndome menos sucia, decidí esperar a mi amiga, a la que deberíamos sorprender y que bien se merecía un abrazo.

Soporté cerca de veinte minutos, haciendo un enorme esfuerzo por no fumar. Supongo que con ese ambientalista en casa, saldría por un extinguidor vengador para limpiar el aire de su casa y luego formular otra enorme teoría sobre el daño del cigarrillo.

Al final, llegó mi amiga, le aplaudimos y cantamos y justo en el alboroto de la apertura de regalos aproveché para fingir una llamada telefónica y salir huyendo del lugar, desde luego que con mis zapatos puestos.