
Cuando terminé la secundaria, tenía un enorme miedo a entrar a la preparatoria, pensaba que ya había hecho suficiente con llegar a la secundaria, desde luego, ni pensar en la Universidad, en realidad no tengo idea ni conciencia de qué es lo que quería en aquel momento, solo recuerdo a mi padre diciendo que pensara bien lo que quería estudiar, porque a mi hermano le iban a costear una carrera larga (medicina) y que si yo me decidía por una carrera corta eso es todo lo que tendría, en aquel momento no me preocupó y mi madre me convenció que estudiara para maestra, según ella había varias ventajas, la primera seguiría con las mismas monjas que me educaron, era una carrera de mujeres y además las maestras tenían muchas vacaciones y mucho tiempo para dedicar a su familia. Tomé el camino fácil y me inscribieron a la normal que dependía de la escuela a donde había ido desde Jardín de Infantes.
Durante ese año la hormonas no me ayudaron mucho, de haber sido una niña inadvertida, miedosa y tímida, me convertí en una verdadera rebelde contestataria y rovoltosa adolescente. Las monjas sorprendidas llamaron varias veces a mis padres. Mi madre se avergonzaba y a mi padre ni le sorprendía ni le preocupaba y alentaba mi rebeldía. Mi padre y yo estuvimos de acuerdo en que debería de romper con las monjas y buscar otros horizontes, así que terminado el año y decidida a no volver, mi madre me inscribió a una escuela para maestras de Jardín de Niños, cuya ventaja era que estaba muy cerca de casa. Realmente no me gustaba mucho, me sentía retardada con la clase de cantos y juegos en donde teníamos que cantar rondas y tonterías de esas, pero me divertía la clase de baile, me burlaba de las clases de psicología, pero me subyugaba la clase de filosofía. Ahí hice nuevas amigas y comenzamos a salir con chicos, una de ellas tenía coche y era tan inquieta y curiosa como yo en lo que se refería a la filosofía y al arte. Conocí la "Zona Rosa", el museo de Frida Kalho y me adentré en el café de Toulusse Lautrec. Argumentábamos todo y desafíabamos todas las normas y reglas. Eramos una flecha al viento y creo que mi memoria guarda esos recuerdos con particular alegría. Un año antes de terminar la carrera de educadora, comencé a trabajar en un Jardín de Niños en donde tuve que enseñar a 18 niños a leer y escribir. Era al fin la Miss y el papel me gustó, lo disfruté, sobre todo los momentos en que batallaba conmigo misma para aceptar totalmente a aquellos niños que particularmente me caían mal y que al final terminaban siendo mis mejores aliados.
Al terminar la carrera la curiosidad por el conocimiento en humanidades era más importante y no creyendo tener otra salida más que la especialidad en educación, me inscribí, solo para seguir estudiando a la "Normal para niños ciegos" que curiosamente también disfruté, tenía particular debilidad y empatía por los ciegos sin sentir compasión por ellos. Teníamos generalmente una buena comunicación entre nosotros, era como si comprendiera perfectamente su estado y sin consideraciones "especiales" por su condición nos acompañáramos mutuamente. Simplemente era ser sus ojos, cuando ellos tenían tantas habilidades admirables.
Después comprendía que debía de continuar estudiando y para ello necesitaría la preparatoria y ya sin miedo entré a cursarla para prepararme e ir a la Universidad, aún sin saber que estudiaría. El trabajo con los niños y el estudio resultaba apasionante y con poco tiempo de distracción.
Mi amiga Magos y yo, niñas educadas con monjas al fin, decidimos que necesitábamos entrar a la UNAM, para darnos un baño de pueblo, ella eligió letras francesas y a mí me gustaba filosofía particularmente las matrículas de geografía, pero mis padres terminaron por convencerme de que moriría de hambre estudiando filosofía, así que decidí por materias y resultó ser la Sociología la más cercana a mis intereses, igual tampoco me haría rica, pero como ellos desconocían el campo de trabajo lo aceptaron sin chistar y se comenzaron a acostumbrar a verme como "la oveja negra" que estaba más loca que una cabra. Decidida como estaba, entré a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM. Desde luego con la advertencia de mi padre, mis estudios los pagué yo con mis trabajos como maestra y desde luego era para lo único que me alcanzaba. Desde entonces quería independizarme económicamente. Nunca he podido, pero eso es otra historia.